miércoles, 11 de junio de 2014

Incienso.

Observa cómo el humo del incienso va desapareciendo poco a poco en el aire. Sigue sus interminables bailes hasta su extinción y sonríe melancólica.  Hacía mucho que no podía permitirme el lujo de malgastar mi tiempo con estas cosas, se recuesta en el suelo y sopla a la varita de incienso, haciendo que el rojo ardiente aporte algo de color a la habitación, solo iluminada por la luz de Luna llena de esta cálida noche de verano.

Es gracioso cómo el incienso puede semejarse tanto a la oscuridad, a la depresión y a la mayoría de cosas que llenan mi vida; se ríe sin ganas mientras mira fijamente a la Luna, rodeada del humo proveniente del incienso, es tan fácil empezar, tan sencillo, solo se necesita una gota para colmar un vaso lleno, solo una. Tan fácil de encender, y tan difícil de apagar. El incienso suele apagarse cuando está totalmente consumido, no es como una vela -a la cual le quitas el oxígeno, o soplas, y todo termina-, no. El incienso es más complicado. Si soplas, se enciende más; debes aplastarlo cuidadosamente y bien para que se apague o, de lo contrario, quedará algo que haga que se vuelva a  encender tarde o temprano.

Y es en esto en lo que se resumen mis demonios, en incienso. Mis demonios son incienso. Solo tengo dos opciones: dejar que me consuman hasta acabar conmigo, o aplastarlos definitivamente. Y solo tengo ganas de tumbarme en la cama y dejar que hagan lo que quieran conmigo.

Esa noche se quedó dormida en el suelo, al lado del incienso. Cuando se despertó, no había restos de humo ni de la varita, que ya estaba consumida en su totalidad.


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