miércoles, 18 de junio de 2014

Desesperación.

Daba vueltas en la cama, a la vez que lo hacía su cabeza. No podía parar de pensar. Necesitaba parar de pensar. Como si un demonio se hubiera apoderado de ella, no tenía dominio sobre sus propios pensamientos y acciones. Levantarse llena de hematomas, heridas y cortes se había vuelto algo ya demasiado habitual. Empezaba a tener miedo de su inconsciente, pero no por el hecho de que pudiera llegar a matarla, no; sino porque temía que alguien la viera en ese estado o que pudiera causar daños a otras personas. Una ventaja de ser un lobo solitario, solía pensar mientras se reía sin ganas, no preocupas ni eres una carga para nadie

Su cuerpo daba grandes sacudidas, semejaba un cadáver siendo electrocutado, mientras su cabeza mantenía los gritos y discusiones a las que tan habituada estaba. “Fea”, “gorda”, “repulsiva”, “inútil”, “estúpida”. Todos los días a todas horas lo mismo. Llegaba a ser enfermizo.

Esta vez el ataque duraba más de lo previsto, estaba alargándose demasiado, había perdido la noción del tiempo, al igual que ya no podía ver, escuchar ni oler nada. Ni siquiera pudo sentir el duro y frío suelo contra sus huesos cuando se cayó de la cama. Había llegado al estado de total inconsciencia en el que no sabía lo que pensaba, tampoco lo que hacía ni sentía.


Duraría la noche entera, pero esta vez habría una minúscula diferencia al amanecer. La luz que entraría por la congelada y agrietada ventana iluminaría el cadáver de una joven de 20 años, envuelta en tela blanca ensangrentada y el cuerpo morado, llenando así de color aquel blanco y frío invierno.


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